o «El día de Todos los Santos».
Como Wikipedia todos sabemos, Halloween es una festividad anglosajona (aunque mayormente conocida y difundida por Estados Unidos de América) en la que priman los disfraces (tradicionalmente de entes sobrenaturales, como fantasmas, esqueletos y brujas), el truco o trato (trick or treat!), la decoración tétrica (y las calabazas con la cara de Jack O’Lantern), las épicas historias de miedo y ver películas de miedo (aunque ahora serán sustituidas por la lamentable conocida saga Crepúsculo).
Como ya todos sabemos, la popularidad de Estados Unidos ha llegado a nuestra propia casa y, además de contagiarnos la música, la temática en el cine y la importancia del idioma, hemos decidido desde hace unos años incorporar a nuestro repertorio la fiesta de Halloween (a pesar de muchos).
A esta festividad extranjera se añade el tradicional Día de Todos los Santos (el cual, ¡oh, maravilla!, es uno de los antecedentes de nuestra fiesta recién incorporada. No va a llamarse All Hallow’s Eve por nada.), un día más bien de luto, pensado para ir al cementerio a honrar y rememorar a los que ya no están a nuestro lado. Aunque suene duro decirlo, una bonita resaca para Halloween.
Esta fiesta también ha generado tradiciones como la representación de Don Juan Tenorio, de la cual hablé en esta entrada precisamente.
De cualquier modo, este puente viene para saturarnos a fantasmas, tumbas y, en resumen, ambiente tétrico. ¿Y qué hay más tétrico que el cambio de hora para pasar al invierno?
Depresión, sueño alterado, los días más cortos, las noches más largas… Según los medios, mañana un 70% de la población estará deprimida por el cambio de horario. Si me permitís una opinión personal… para mí está genial dormir una hora más casi sin notarlo.
¡El invierno queda a un salto de distancia!